El anciano ingresó
lentamente en el restaurante. Con la cabeza inclinada y los hombros inclinados
hacia delante, se apoyaba en su confiable bastón con cada pisada lenta.
Su desaliñado abrigo de
tela, pantalones parchados, zapatos desgastados, y cálida personalidad le
hacían sobresalir en medio de la acostumbrada multitud de quienes desayunaban
el sábado en la mañana. Inolvidables eran sus pálidos ojos azules que
centelleaban como diamantes, grandes y rosadas mejillas, y labios delgados
mantenidos en una cerrada y firme sonrisa.
Se detuvo, volteó todo su
cuerpo y guiñó el ojo a una niñita sentada junto a la puerta. Ella le devolvió
una gran sonrisa. Una joven mesera llamada María le vio dirigirse hacia la mesa
junto a la ventana. María corrió hacia él y le dijo: "Aquí, Señor.
Permítame ayudarle con esa silla".
Sin decir palabra, él
sonrió y agradeció con la cabeza. Ella alejó la silla de la mesa y, afirmándolo
con un brazo, le ayudó a colocarse frente a la silla y a sentarse cómodamente.
Entonces, ella le acercó la mesa y colocó su bastón contra ella donde él
pudiese alcanzarla.
Con una suave y clara voz,
él dijo: "Gracias, Señorita. Y que Dios la bendiga por su bondadoso
gesto". "Gracias, Señor", contestó ella. "Y mi nombre es
María. Vuelvo en un momento y, si necesita algo entretanto, ¡tan sólo hágame
señas!"
Tras de terminar su
generosa porción de panqueques, tocino y té de limón caliente, María le trajo
el cambio de su cuenta. Él la dejó en la mesa. Ella lo ayudó a levantarse de su
silla y de detrás de la mesa, le dio su bastón y le acompañó a la puerta
principal. Manteniendo la puerta abierta para él, ella le dijo: "¡Le
esperamos de vuelta, Señor!" Se volteó con todo su cuerpo, gesticuló una
sonrisa y cabeceó agradecido. "Ud. es muy bondadosa", dijo
suavemente.
Cuando María fue a limpiar
su mesa, casi se desmayó. Debajo de su plato, ella halló una tarjeta de
presentación con una notita escrita en una servilleta. Bajo la servilleta había
un billete de cien dólares. La nota en la servilleta decía: "Querida
María, la respeto mucho y Ud. se respeta
a sí misma también. Es evidente por la manera en que trata a los demás. Ud. ha
hallado el secreto de la felicidad. Sus gestos bondadosos brillarán a través de
los que le conozcan".
El hombre que ella había
atendido era el dueño del restaurante en el que laboraba. Esta fue la primera
vez que ella o alguno de sus empleados lo habían visto en persona.
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