La tristeza se
extendió
de pronto,
por toda la
habitación.
Se derramó en el rostro
de las paredes,
se impregnó en el mercurio
sólido, de todos los espejos
y se propagó por toda la casa.
Se extendió por la larga calle que recorro a
diario,
se amotinó en toda la ciudad, como una procesión
de condenados a muerte
o como una manada
de mártires lobos.
La tristeza se metió en el aire
y en el color del cielo,
se metió en las alas de las aves
y en los gestos de todos los habitantes de la
ciudad.
La tristeza
Se mezcló entre el silencio
y las palabras,
colonizó al amor y al odio,
secuestró a la luz
en la mirada de tus ojos
exhumó cadáveres en las memorias
y se hizo resplandor sepia
en todo lo que se alcanza a ver del universo.
Todo ése desastre había hecho la tristeza, según
yo,
el día de ayer.
Hoy sé que la tristeza,
nunca estuvo en todas partes,
que sólo estaba dentro de mí,
que se encarnó en mis ojos y se anidó en mi carne.
Luis Romero
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